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miércoles, 20 de abril de 2011

Nürburgring, los verdes, y la madre que los parió.

Últimamente se habla demasiado de ecología, desarrollo sostenible, etc. Y lo entiendo. Está de moda. Y hasta puedo entender que sea necesario. En un mundo en el que la industria tiene un gran volumen de emisiones a la atmósfera, el mundo de la Fórmula 1 tiene que dar ejemplo y conseguir coches mucho menos contaminantes (y en esto sí que Ferrari está a la cabeza). Todos sabemos que los circuitos son enormes bancos de pruebas para petroleras, fabricantes de neumáticos, motoristas, etc. En ellos recogen multitud de datos que hacen más eficaces y eficientes sus automóviles. No nos llevemos a engaño: si hay un mundo en el que los motores se desarrollan para conseguir mejoras es en el de la alta competición. Por eso me extraña la última propuesta de un partido verde europeo.

El circuito de Nürburgring, un anillo mítico.

En Alemania, en Renania-Palatinado, encontramos el hermosísimo y espectacular "infierno verde", el mítico circuito de Nürburgring. En el pasado, alojó el Gran Premio de Alemania y, de 1999 a 2007 alojó el Gran Premio de Europa, que se trasladó a Valencia en 2008. Tras este cambio, el anillo renano y el trazado de Hockenheim se han alternado en la celebración del Gran Premio de Alemania.

Las carreras que hemos vivido en este circuito son para recordar. De hecho, incluso pudimos ver cómo un Minardi estuvo a punto de doblar al Ferrari de Eddie Irvine en el Gran Premio de Europa de 1999. Llovía intermitentemente y había zonas de la pista mojadas y zonas de la pista secas, lo que hacía la conducción especialmente difícil. Además ostenta el honor de haber sido el circuito más largo de la historia, con 23,8 kilómetros de trazado, que se han recortado hasta los 5148 metros de que dispone hoy en día. ¿Imagináis un GP a 56 vueltas sobre un trazado de 23,8 kilómetros? Algo me dice que los Pzero ofrecerían un espectáculo magnífico sobre una pista de dicha magnitud...

Las elecciones alemanas lo ponen en peligro.

No ha mucho, que diría el poeta, que se han celebrado elecciones en el länder de Renania, donde se encuentra ubicado este mítico circuito. Tras una dura lucha, el SPD y el partido ecologista decidieron gobernar en coalición, habiendo triplicado sus votos el último. Esto podía ser una buena noticia, ya que una sociedad tan industrializada como la germana podría abrir el camino a procesos mucho más respetuosos con el medio ambiente gracias a la gestión de dicho partido.

Sin embargo, y demostrando la falta de coherencia que, en mi opinión (y recalco que es sólo mi opinión), poseen los ecologistas en general, lo primero que ha anunciado Daniel Kobler, líder del partido, es que quieren retirar las subvenciones que se conceden al Gran Premio. No tengo nada en contra de las carreras, ha asegurado para después remachar que van a intentar negociar para que se acaben en Eifel, la cordillera que rodea el circuito.

Si el señor Kobler no está en contra de las carreras, ¿por qué está en contra de que se subvencione el circuito de Nürburgring? Según sus propias declaraciones, la razón está en que la administración no debe pagar con dinero del contribuyente para que la Fórmula 1 obtenga billones de beneficios. Conociendo a Ecclestone, casi me dan ganas de aplaudir al político alemán por su par de gónadas, pero si lo considero fríamente me suscita una pregunta mucho más inquietante. ¿Cuáles son las verdaderas razones de Kobler?

Los beneficios ¿fiscales o ambientales?

Imaginemos por un momento (para valencianos y barceloneses igual es más fácil) que en nuestra ciudad se organiza un Gran Premio de Fórmula 1. Imaginemos también que, para organizarlo, la inversión fuera enorme año tras año. Imaginemos además, junto con estos problemas, que vienen cientos, miles, de aficionados al motor a nuestra ciudad que llenan los hoteles, los restaurantes, los bares y compran decenas de miles de souvenirs no sólo del Gran Circo, sino también de nuestra ciudad. Llenan nuestras tiendas y vacían sus bolsillos.

Todos estos aficionados a la Fórmula 1 suponen un desembolso muchísimo mayor de lo que supone el coste de la organización de un Gran Premio de Fórmula 1. Que se traduce en dos cosas. La primera, en ganancias para el sector hostelero y de ocio. La segunda, en impuestos. Todo lo que se compra y se paga lleva impuestos que van a parar a las arcas de la región en que se organice el evento (ignoro qué tipo de arca tiene cada país, pero es de suponer que la región donde se organice tendrá un enriquecimiento más que notable en esa semana). Dichos impuestos superarán con creces la inversión hecha. Si atendemos a la asistencia de espectadores a dichos eventos, vamos a suponer que tendremos diez mil espectadores de media por circuito. Imaginemos que un 80% vienen de regiones alejadas. De ellos, un 50% vendrán de sitios tan remotos que no irán sólo al GP, sino que además necesitarán cenar, comer y alojamiento durante un día. Y de estos, un 30% asistirán a toda la sesión del fin de semana, lo que supondrá más noches en hotel y más consumo en restaurantes.

En definitiva, un Gran Premio es caro de organizar, pero a pesar de ello, deja pingües beneficios allí donde se organiza, a comerciantes locales y, sobre todo, al fisco. Pues todo está gravado con impuestos que van a parar al fondo común estatal, regional o lo que sea.

Entonces, ¿dónde está el gran problema para el señor Kobler?

La gran falacia de la contaminación y la Fórmula 1.

Es innegable que coches con motores de dos litros, ocho cilindros y una cantidad de caballos considerable contaminan mucho más que coches con motores de litro y medio, cuatro cilindros y siete u ocho veces menos caballos que los monoplazas. Esto es evidente y negar la evidencia es estúpido.

Sin embargo, ¿cómo es posible que se salga con el argumento de que la Fórmula 1 contamina mucho? Veinticuatro coches consumiendo gasolina como malditos, durante cincuenta y seis vueltas tienen unas emisiones impresionantes, pero ¡son tres días al año! ¡Tres! Teniendo en cuenta que en dichas zonas los coches que pasan al año son infinitamente más que los veinticuatro que componen la parrilla, la emisión de gases a la atmósfera por parte de los vehículos autóctonos es muchísimo más perniciosa en comparación. Por mucho que contamine un Gran Premio de Fórmula 1.

En este sentido, la FIA esta dirigiendo sus esfuerzos a una competición más verde. Para 2013 podemos ver correr coches de calle en las pistas, ignorando si sobre el asfalto hay un Ferrari o un Peugeot 206. No nos engañemos: limitar el motor a 10.000 rpm, con cuatro cilindros, va a ser un atraso, por mucho que estén turboalimentados. Estoy de acuerdo con Ecclestone en que eso no va a ser Fórmula 1, y también con Todt cuando dice que en la F1 no hay que preocuparse del ruido de los coches. Pero en lo que no estoy nada de acuerdo es en la forma en que se trata de ejecutar un plan verde. La FIA se equivoca en que para conseguir menos emisiones hacen falta motores más pequeños. Lo que hacen falta son biocombustibles y motores que los acepten de forma eficaz. Y es en este sentido en el que hay que poner I+D y esfuerzos.

Gracias a ello, los ecologistas alemanes han pensado erróneamente que la Fórmula 1 es un cáncer que hay que extirpar de Renania. Pues bien, señor Kobler y compinches, piense usted por un momento. Con la capacidad industrial e investigadora de su país y su región, ¿no sería mucho más provechoso ofrecer al deporte rey del motor un acuerdo por el cual se invierta en su país un pastizal en I+D para obtener combustibles más ecológicos e igual de eficientes?

No. No lo es. Y no lo es porque la mentalidad ecologista suele ser de tipo todo o nada. Y es muy triste, porque un circuito como Nürburgring podría desaparecer de los calendarios por un capricho poco o nada meditado que se intenta justificar con espureas razones.

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